ADOPCIÓN: EL PAPEL DEL PEDIATRA

Adoptar un niño es una decisión importante en la vida de las familias, a la que se llega después de sopesar mucho todas sus consecuencias, y adquiriendo un serio compromiso, no sólo con el propio niño, sino con la pareja y con la sociedad. Las dificultades que enfrentan los futuros padres empiezan por el galimatías legal que rodea el proceso de la adopción, más aún si el niño procede de un país extranjero. Y la economía de la familia es también un factor decisivo, como se puede deducir de la drástica reducción (61%) de adopciones internacionales durante los años de la crisis.

Las preferencias de las familias pueden variar, pero generalmente se inclinan por un recién nacido o un bebé de pocos meses, varón y… por supuesto, sano. Y en lo que concierne a salud, los futuros padres procurarán obtener toda la información posible del centro de origen, y no siempre es fácil, sobre todo si el niño procede del extranjero. Algunos países ponen como condición que el niño tenga alguna enfermedad o defecto congénito para permitir su adopción internacional. Las organizaciones que se ocupan de los trámites obtienen a veces informes médicos que exageran el problema, para salvar esa dificultad. Otras veces el informe es deliberadamente confuso y omite enfermedades o minusvalías. Una información tan básica como el calendario de vacunas puede llegar a ser imposible de obtener.

El papel del pediatra comienza antes de la llegada del niño al hogar, instruyendo a los padres primerizos sobre la puericultura básica, y orientando también sobre los cuidados concretos que el niño precise por sus problemas de salud. Los padres pueden así planificar la acogida con tiempo, y no verse desbordados después. Cuando el niño acuda a su primera revisión con el pediatra, éste pondrá en orden toda la información previa, realizará un examen físico minucioso y  prescribirá las pruebas (análisis, radiografías) convenientes. Probablemente haya que iniciar o completar el calendario de vacunas. Debe advertirse a los padres sobre las posibles dificultades de adaptación del niño, en horarios, alimentación y sueño. El niño mayor puede mostrarse huraño, triste o ansioso, y apático o disruptivo en el colegio. El adolescente que haya  experimentado el paso por diferentes instituciones o familias, cuestionará las normas del nuevo hogar y los padres tendrán que lidiar con un proceso de adaptación más complicado.

En las semanas y meses siguientes va a ser imprescindible el contacto del pediatra con la familia, tanto para temas de salud como para resolver las dudas sobre la educación del niño. Tras la adopción, algunos niños experimentan un crecimiento acelerado, recuperando el peso y la talla que les corresponde. A veces esto puede tener también aspectos negativos, como el desarrollo de obesidad o la aparición de pubertad precoz en las niñas. La alimentación debe ajustarse a las necesidades del crecimiento, pero evitando los excesos o las dietas caprichosas. Los padres deben convencerse de que no hace falta colmar de regalos o de golosinas al niño.

El niño adoptado hará preguntas sobre su familia de origen, cuya respuesta estará en función de su capacidad de comprensión, pero tendrá que ser  veraz y desprovista de juicios de valor. Los padres estarán siempre dispuestos a hablar de ese tema sin incomodarse por ello.  Y es conveniente explicarle los diferentes tipos de familia que existen, con uno o con dos progenitores, con hijos que proceden de diferentes uniones, etc.

Conocer aspectos del país y la cultura de origen puede ayudar al niño a aceptar su identidad. También habrá que estar preparados para afrontar actitudes racistas del entorno, en caso de adopción interracial.

En resumen, el apoyo del pediatra puede facilitar el que las familias de adopción desarrollen todo su potencial de acogimiento y afecto hacia el niño, y que este goce de una infancia feliz.