Accidentes y vacaciones

Llegan las vacaciones de verano, enhorabuena. Por fin un tiempo de descanso y diversión. Nos imaginamos las caras felices de los niños al llegar a la playa o al monte, al camping o al hotel, donde van a descubrir un montón de cosas fascinantes. A nosotros nos toca procurar que lo hagan de forma segura. Porque el nuevo entorno, civilizado o salvaje, puede entrañar riesgos para ellos, especialmente para los más pequeños. ¿Cómo protegerlos? He aquí algunas recomendaciones básicas:

  1. El traslado La mayor parte de las veces será en el automóvil propio, donde ya contaremos con los dispositivos de retención infantil adecuados. En caso contrario, instalarlos en el vehículo y probar que el niño queda bien sujeto y está cómodo. Si el trayecto va a ser largo, programar paradas en el itinerario para que pueda descansar, comer, beber, o ir al WC. En las paradas, nunca dejar al niño solo y sin vigilancia dentro del coche, por el riesgo de que sufra golpe de calor. Ésta es una situación grave y urgente, que afecta sobre todo a los más pequeños porque tienen menor capacidad de sudoración, con lo que su temperatura corporal aumenta rápidamente. Asegurarse de que toma suficiente líquido durante los desplazamientos.
  2. Llegando a destino Tan pronto dejemos el equipaje en la habitación, haremos una cuidadosa inspección del interior de la vivienda. Tenemos que comprobar que no hay enchufes sin protección o utensilios eléctricos (ventiladores, luces,  secadores de cabello) que puedan ser peligrosos para los más pequeños. Revisar baños y cocina en busca de productos de limpieza u otros tóxicos para ponerlos fuera de su alcance. Y finalmente, ventanas, balcones y terrazas donde comprobaremos si existen huecos por donde puedan colarse y sufrir caídas, o mobiliario en el que pudieran subirse y alcanzar el borde. 
  3. En el exterior hay que prestar atención a los accesos, escaleras, ascensores, rampas, cuartos de servicio que puedan contener maquinaria o herramientas.Si hay acceso directo a una calle donde circulen vehículos, asegurarse de que no puedan salir, echando la llave o poniendo un seguro en la puerta.
  4. A la zona de baño, playa o piscinas, nunca deberían acceder solos los menores de 5 años, incluso si ya saben nadar. Siempre deben ir provistos de manguitos flotadores. Bastan unos centímetros de agua y unos minutos de distracción para que un niño pequeño pueda sufrir un ahogamiento grave. Cuando se están realizando obras o tareas de mantenimiento de las piscinas hay que alejar de ellas a los niños. A los adolescentes, advertirles de no bañarse en zonas de la costa que no tengan vigilancia o no estén habilitadas para el baño (puertos, acantilados, etc.) En los ríos y lagunas, donde el fondo no se ve fácilmente, hay que ser especialmente prudentes con las zambullidas
  5. Las zonas recreativas para los niños a veces no están suficientemente conservadas en algunos destinos vacacionales, y hay que comprobar si columpios y toboganes son seguros antes de que los prueben ellos.
  6. En zonas rurales hay que contar con la presencia de animales sueltos, y con la fauna local de reptiles, insectos y arácnidos. La mejor protección es que lleven ropa y calzado adecuados, loción repelente de insectos y que no accedan a cuevas o edificaciones abandonadas. En las excursiones es fácil que a los niños les llamen la atención las bayas y frutos silvestres, entre los cuales algunos son venenosos. Incluso si se trata de las frutas habituales, los plaguicidas que se les aplican no se eliminan hasta su recolección, y además ¡no está bien robársela!   
  7. Si se estrenan juguetes o accesorios de playa, asegurarse de que sus piezas no son peligrosas para los más pequeños, y de que las bolsas de plástico en que vienen envueltas no quedan a su alcance, por la posibilidad de sofocación si introducen la cabeza en ellas. Vigilar que las pilas de botón no sean ingeridas, ya que pueden producir lesiones internas graves.
  8. Busquemos un espacio seguro para las salidas en bicicleta, patines o vehículos eléctricos. Nunca utilizar carreteras donde circulen automóviles o camiones, y recorrer el trayecto con antelación, por si plantea pendientes u obstáculos que sean peligrosos para los niños, teniendo en cuenta su escasa pericia.
  9. Los deportes de aventura deben hacerse siempre bajo la supervisión de un experto, que además indicará las edades apropiadas para cada deporte. No es aconsejable incluir niños en actividades diseñadas para grupos de adultos.
  10. Consumiendo comidas o bebidas fuera de casa, especialmente en locales provisionales de temporada, revisar siempre el contenido de los platos de los niños y aceptar sólo bebidas envasadas que sean abiertas en el momento de consumirlas.

Durante las vacaciones se producen la mayor proporción de los accidentes relacionados con el tráfico y las actividades deportivas. Pero también es en vacaciones cuando podemos compartir más tiempo con nuestros hijos y ayudarles a descubrir un entorno distinto y experiencias únicas. Seguir este sencillo decálogo puede ayudar a que disfrutemos con ellos plenamente y sin contratiempos.   

EL INVIERNO, LOS RESFRIADOS Y EL COLEGIO

Desde que acaba el verano y empiezan las clases,  volvemos a encontrarnos con las infecciones de vías respiratorias altas, comúnmente resfriados, que afectan a toda la familia, pero especialmente a los niños. La mayoría de los resfriados curan en pocos días, con sus etapas de congestión, goteo nasal y tos. A veces aparece fiebre o disminuye el apetito. Pero es raro que se compliquen dando lugar a bronquitis o neumonía, sinusitis u otitis. El problema es que a lo largo del curso escolar vamos a sufrir media docena o más de episodios, y dependiendo de la frecuencia con la que se presenten, los padres van a plantearse si es que el niño es más vulnerable de lo normal, porque sus defensas están bajas.

Pero antes hay que tener en cuenta muchos otros factores. Por ejemplo, el primer año de guardería es normal que el niño enferme con más frecuencia que los sucesivos; a medida que su inmunidad va reconociendo más gérmenes, el organismo se defiende mejor de ellos. Si en la clase hay 30 niños, la probabilidad de ser contagiado es mayor que si sólo hay 10 o 15 niños. Si les enseñamos a lavarse las manos con frecuencia, y a taparse la boca cuando tosen o estornudan, conseguiremos disminuir los contagios en la pequeña comunidad escolar. Los lavados nasales con solución salina no sólo alivian la congestión nasal, sino que favorecen la eliminación de secreciones y de gérmenes.

Pero ¿Se puede hacer algo más para evitar los resfriados? Las vacunas usuales protegen contra otras enfermedades más graves, pero no aumentan la protección contra los virus que ocasionan los resfriados. La vacuna de la gripe está especialmente indicada en niños con asma o diabetes, entre otras enfermedades, y también en sus familiares y contactos, como el personal sanitario. Se ha postulado la vacunación contra la gripe de los niños como medio para proteger a los adultos del contagio.

Los antibióticos no tienen efectos sobre los virus que ocasionan el resfriado. Pueden estar indicados sólo si se producen complicaciones de tipo bacteriano (neumonía, otitis). Tampoco los broncodilatadores (aerosoles) serán de utilidad, salvo en los pacientes asmáticos cuyas crisis se desencadenen a raíz de una infección viral.

¿Qué papel juega la nutrición para evitar las infecciones respiratorias? Si bien la malnutrición predispone a todo tipo de infecciones, una nutrición equilibrada no garantiza la protección contra los virus. Es conmovedor que las madres intenten evitar los resfriados con suplementos de vitaminas o jalea real, pero lo cierto es que eso no funciona.

Últimamente se han desarrollado medicamentos que muestran alguna eficacia reduciendo los episodios de resfriado. Unos provienen de la fitoterapia tradicional, como la Equinácea, y otros se basan en estimular la inmunidad mediante lisados de bacterias o con probióticos. Hay trabajos publicados que demuestran efectos beneficiosos, pero aún no hay recomendaciones firmes de las sociedades científicas.

Entretanto, las medidas de higiene y los tratamientos sencillos para aliviar los síntomas pueden ayudar a capear el invierno que se avecina. Y una vez más, las abuelas serán imprescindibles, cuidando de los niños enfermos en casa para que los padres puedan acudir  a sus trabajos.

ADOPCIÓN: EL PAPEL DEL PEDIATRA

Adoptar un niño es una decisión importante en la vida de las familias, a la que se llega después de sopesar mucho todas sus consecuencias, y adquiriendo un serio compromiso, no sólo con el propio niño, sino con la pareja y con la sociedad. Las dificultades que enfrentan los futuros padres empiezan por el galimatías legal que rodea el proceso de la adopción, más aún si el niño procede de un país extranjero. Y la economía de la familia es también un factor decisivo, como se puede deducir de la drástica reducción (61%) de adopciones internacionales durante los años de la crisis.

Las preferencias de las familias pueden variar, pero generalmente se inclinan por un recién nacido o un bebé de pocos meses, varón y… por supuesto, sano. Y en lo que concierne a salud, los futuros padres procurarán obtener toda la información posible del centro de origen, y no siempre es fácil, sobre todo si el niño procede del extranjero. Algunos países ponen como condición que el niño tenga alguna enfermedad o defecto congénito para permitir su adopción internacional. Las organizaciones que se ocupan de los trámites obtienen a veces informes médicos que exageran el problema, para salvar esa dificultad. Otras veces el informe es deliberadamente confuso y omite enfermedades o minusvalías. Una información tan básica como el calendario de vacunas puede llegar a ser imposible de obtener.

El papel del pediatra comienza antes de la llegada del niño al hogar, instruyendo a los padres primerizos sobre la puericultura básica, y orientando también sobre los cuidados concretos que el niño precise por sus problemas de salud. Los padres pueden así planificar la acogida con tiempo, y no verse desbordados después. Cuando el niño acuda a su primera revisión con el pediatra, éste pondrá en orden toda la información previa, realizará un examen físico minucioso y  prescribirá las pruebas (análisis, radiografías) convenientes. Probablemente haya que iniciar o completar el calendario de vacunas. Debe advertirse a los padres sobre las posibles dificultades de adaptación del niño, en horarios, alimentación y sueño. El niño mayor puede mostrarse huraño, triste o ansioso, y apático o disruptivo en el colegio. El adolescente que haya  experimentado el paso por diferentes instituciones o familias, cuestionará las normas del nuevo hogar y los padres tendrán que lidiar con un proceso de adaptación más complicado.

En las semanas y meses siguientes va a ser imprescindible el contacto del pediatra con la familia, tanto para temas de salud como para resolver las dudas sobre la educación del niño. Tras la adopción, algunos niños experimentan un crecimiento acelerado, recuperando el peso y la talla que les corresponde. A veces esto puede tener también aspectos negativos, como el desarrollo de obesidad o la aparición de pubertad precoz en las niñas. La alimentación debe ajustarse a las necesidades del crecimiento, pero evitando los excesos o las dietas caprichosas. Los padres deben convencerse de que no hace falta colmar de regalos o de golosinas al niño.

El niño adoptado hará preguntas sobre su familia de origen, cuya respuesta estará en función de su capacidad de comprensión, pero tendrá que ser  veraz y desprovista de juicios de valor. Los padres estarán siempre dispuestos a hablar de ese tema sin incomodarse por ello.  Y es conveniente explicarle los diferentes tipos de familia que existen, con uno o con dos progenitores, con hijos que proceden de diferentes uniones, etc.

Conocer aspectos del país y la cultura de origen puede ayudar al niño a aceptar su identidad. También habrá que estar preparados para afrontar actitudes racistas del entorno, en caso de adopción interracial.

En resumen, el apoyo del pediatra puede facilitar el que las familias de adopción desarrollen todo su potencial de acogimiento y afecto hacia el niño, y que este goce de una infancia feliz.

LA VISITA PEDIÁTRICA PRENATAL

No se acostumbra a incluir en los programas de salud, que los padres acudan al pediatra antes de que el bebé nazca. Esperamos, en cambio, que el pediatra esté presente en el parto o que realice una primera exploración del niño durante las siguientes 24 horas, en la sala de nidos. Y también contamos con que, durante la primera semana de vida, se vuelva a revisar al bebé, en la consulta del pediatra que le seguirá viendo durante los meses y años siguientes. Pero ¿tiene alguna utilidad visitar al pediatra antes del nacimiento del bebé?

La respuesta es rotundamente que sí. Los padres viven la gestación con ilusión, pero también con preocupaciones, algunas de ellas fundadas (análisis o ecografías con resultado anormal), y otras menos justificadas. En uno y otro caso el pediatra puede despejar las dudas, o incluso derivar al especialista adecuado cuando se trate de enfermedades o defectos congénitos que lo requieran. Los padres pueden así prever los pasos que tendrán que seguir a partir del nacimiento para procurar el mejor cuidado de su hijo.

Afortunadamente, la mayoría  de los embarazos evolucionan sin complicaciones médicas. Pero  la llegada del bebé puede inquietar a los padres por otros motivos. Si existe alguna enfermedad hereditaria en la familia o hubo problemas durante los primeros días de vida con hijos anteriores, los padres necesitan saber que eso no va a afectar al bebé que esperan. De forma sosegada, en la visita prenatal el pediatra puede aclarar si de verdad existe riesgo de que el problema se repita en este recién nacido, y proponer a los padres qué pruebas realizar y cuando, si fueran necesarias.

Todo va a ir bien, el bebé está sano. Pero su nacimiento es una prueba para la que la mayoría de las parejas no han sido preparadas… del todo. Porque sí que se les informa de los cuidados habituales, de la forma de amamantarle y de su higiene. Pero las dudas surgen respecto a qué hacer si llora mucho, cómo saber si come lo suficiente, qué síntomas deben reconocer para acudir al médico, etc. Algunas de esas dudas pueden resolverse con sentido común, otras necesitarán una respuesta adaptada a los conocimientos y la personalidad de los padres. El pediatra podrá adelantarse a los pequeños contratiempos que agobian a los padres primerizos y darles pautas sencillas para superarlos. Si la madre aplica esas pautas y consigue resultados, no sólo ganará seguridad sino que disfrutará más de la crianza de su hijo.

La visita prenatal es también una ocasión de planificar las sucesivas visitas al pediatra, aclarar dudas sobre las vacunas y la alimentación durante los meses siguientes, e informarse sobre las opciones culturales o religiosas de los padres que puedan ser relevantes (padres vegetarianos, circuncisión).

Un aspecto importante de la visita prenatal es averiguar el apoyo con el que cuenta la futura madre para atender al bebé. No es igual si hay una familia extensa alrededor de ella, que si se enfrenta sola a la maternidad. Si no hay familiares a los que recurrir, el pediatra puede ayudar a encontrar recursos (voluntariado, servicios sociales) en la comunidad. Si por el contrario, la familia colabora en los cuidados del bebé, el pediatra aconsejará sobre el reparto de tareas, de manera que la madre tenga tiempo para descansar, dando ocasión al padre y a los otros miembros de la familia (no olvidarse del hermanito mayor) de participar en la crianza.

En resumen, la visita prenatal es una oportunidad de preparar activamente a los padres para la llegada del bebé, y que ésta sea la experiencia gratificante que todos esperan.